1. Limpieza suave (Cleanse)
El primer paso en cualquier rutina es eliminar impurezas, protector solar y restos de contaminación. Si tienes piel sensible, lo mejor es optar por un limpiador sin fragancia, sin sulfatos y de pH balanceado. Busca fórmulas hidratantes, que limpien sin dejar una sensación tirante ni reseca.
Consejo: Lava tu rostro con agua tibia (no caliente) y sécalo con una toalla suave, sin frotar.
2. Trata con ingredientes calmantes e hidratantes (Treat)
Esta es la fase clave para mejorar la textura, calmar irritaciones y reforzar la barrera protectora de tu piel. Aquí puedes adaptar la rutina según tus necesidades:
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Fermentos probióticos (como bifida): ayudan a equilibrar el microbioma y fortalecen la piel frente a agresores externos.
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Centella asiática (CICA): excelente para calmar enrojecimiento, aliviar brotes y acelerar la regeneración de la piel.
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Ácido hialurónico: aporta hidratación profunda sin causar irritación. Es ideal para retener agua en la piel y mantenerla elástica.
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Hidratantes suaves: elige cremas o geles que contengan ingredientes como avena coloidal, ceramidas o niacinamida. Evita aquellos con alcoholes secantes o fragancias.
3. Protección solar diaria (Protect)
El sol es uno de los principales enemigos de la piel sensible. Incluso si no sales mucho, los rayos UV pueden dañar tu piel y agravar la irritación. Usa un protector solar mineral (con óxido de zinc o dióxido de titanio), ya que suelen ser mejor tolerados por pieles reactivas.
Consejo: Aplícalo como último paso de la rutina por la mañana y reaplica cada 2-3 horas si estás expuesta al sol.
Conclusión
La clave para cuidar la piel sensible está en mantenerla calmada, hidratada y protegida. Evita productos agresivos o sobreexfoliación, y céntrate en ingredientes suaves que fortalezcan tu piel a largo plazo. Con constancia y una rutina bien estructurada, tu piel se verá más saludable, uniforme y resistente a las agresiones externas.